Con
el correr de los años, me doy cuenta que las tradiciones se van
convirtiendo en las añoranzas del futuro y que lo acompañan a uno hasta
el final de la vida misma, para que ésta, se convierta también en una.
Por Antonio Moran del Cid
Como
tienen bien visto en Brasil, la cuna del Carnaval, las saudades palabra
que tiene un significado más profundo que la añoranza, para crear
conceptos más grandiosos que la saudad misma y no exista la tristeza
nunca más.
Recuerdo que, cuando ya no tuve ningún
pretexto para quedarme en casa, yo no fui a la escuela, a mí me
llevaron casi obligado, pues de tajo no quería perder la riqueza que
tenía en mi espacio y mi universo, que era mi casa y mi hogar.
Cuando llegué a la escuela, mis padres
tuvieron el excelente tino de inscribirme en una de las Escuelas tipo
Federación, establecidas durante el gobierno de Juan José Arévalo
Martínez, presidente con una visión de riqueza pedagógica, para que
muchas generaciones aún lo sigan recordando.
Mi primer carnaval de la escuela, fue
verdaderamente una fiesta que engalano mi espíritu y carácter para
formar el ímpetu de mi personalidad, pues dentro de la algarabílla, de
quebrar cascarones y tirar pica-pica y harina, se iba tornando en una
casi guerra, quebrando los cascarones de punta, echando harina y tierra
en los ojos a los más cobardes y pica-pica a todo el que se nos ponía
enfrente y definitivamente a los enemigos y a los que nos caían mal,
conformando pandillas de traviesos alegres que no querían que nunca se
acabara el recreo, que ya se había hecho largo, por que el claustro de
maestros estaba echándose el respectivo café y pastel en su respectivo
salón de descanso.
Nunca supe de donde venía la tradición,
me importaba un pepino sí era o no pagana, pues no sabía ni siquiera el
significado. Era muy común el ver al montón de estudiantes salir
sudados, amoratados y cascaroneados, aún escupiendo la harina y
pica-pica carcajeándose de todas las aventuras que habían vivido ese
día.
Al
llegar a la casa, nos disponíamos a recuperar fuerzas y prepararnos
para la segunda batalla, que era la peor, la del mismo barrio, luego de
las seis de la tarde, cuando ya todos habían cenado, empezaba la
bullazón de todos los barrios, que entre correteos y escondidas, todos
preparaban su estrategia para no ser cascaroneados, sino cascaronear a
la primera oportunidad, era una batalla campal desde el primer momento,
salían cascarones y carcajadas por haber hecho presa a la primera
victima y por cerrar los ojos al carcajearse, venía el primer
cascaronazo para uno, que de tajo cerraba la boca, pues ya sabía que
venía una lluvia de papel hecho pica-pica y en serio que con el sudor,
empezaba todo el cuerpo a picar, pero uno no se podía detener a
rascarse, pues le iba peor con un torpedeo de cascarones mal pintados y
que llevaban también harina.
Ya nadie se reconocía, no se sabía si
era amigo o enemigo, pero lo peor de todo era que entre tanto
chamuscado de blancos y coloreado por tanto trozo de papel, lo peor de
lo peor era quedarse sin municiones, pues venían todos los
sobrevivientes a terminar sus municiones con uno, entonces uno
resultaba con el disfraz más ridículo que todos los demás.
Saudad
de saudades verdaderamente, al concluir las fiestas de los cascarones o
huevos, ya todo mundo se preparaba para asistir a la santa Misa de
Miércoles de Ceniza, aún con la sonrisa ganadora y la picardía de haber
hecho de las suyas, nos mirábamos todos más crecidos, más temerarios y
más conquistadores, como queriendo ver a las patojas que iban también
creciendo, para que al final, nos enfrentáramos y confrontáramos con
las verdades del Cura, cuando nos decía: del polvo venimos y al polvo
vamos, haciéndonos la cruz de ceniza en la frente, que nos vestía de
cierto grado de santidad y de conciencia sobre el tiempo que estaba
pasando.
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