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sábado, 2 de noviembre de 2013

Recuerdos inamovibles de un destructivo Terremoto

Recuerdos inamovibles de un destructivo Terremoto
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Sábado, 11 de Abril de 2009 16:06


No se siente el tiempo y así, han transcurrido más de treinta años de una tragedia tan lamentable y sumamente dolorosa, que marcó de tajo la existencia de todos los guatemaltecos. El terremoto del 4 de febrero de 1976.
Por Antonio Moran del CidComo si nada hubiera pasado y como si los vientos del tiempo ya se hubieran llevado la destrucción provocada por el Terremoto del 4 de febrero de  1976, se han ido incrementando los años, que ahora son treinta, de este hecho tan devastador para mi país.

La noche anterior, cuando mi mundo no tenía problemas, ni mucho menos sabía de ellos, estaba feliz por que iba a colgar en la pared, mi primer diploma, con motivo de haber concluido el ciclo de Educación Primaria.  Realmente estaba orgulloso, mi Padre había llevado el ahora cartón envejecido con un marco platinado y tuve el gusto de poner un clavo en la vieja pared de ladrillo de adobe de canto. Esta posición de ladrillos favorecía la economía en la construcción, ya que el ahorro era muy significativo, pero con mi diploma, se miraba muy elegante, de hecho lo puse en un lugar estratégico, cerca del dormitorio de mis hermanas, para volverlas locas de la envidia (según yo) y cerca del mío, para poderlo ver de reojo.
En ese tiempo, conservaba la unidad de mi familia, padres, hermanos, techo, comida y abrigo, además de los regalos, estrenos y pasteles en los días festivos y por lo regular, nuestras comidas eran muy festivas entre nuestra familia, signo de verdadera felicidad familiar.  Mi madre, excelente ama de casa y buen gusto en el arte culinario al igual que mi padre, los veíamos a veces discutir sobre los problemas, mientras nosotros nos alegrábamos, pues sabíamos que esa discusión terminaría con una reconciliación, donde ambos se pondrían a cocinar y nosotros disfrutaríamos  de tan deliciosos platillos, símbolos de la paz de un hogar como muchos de ese entonces.
Como haciendo un esfuerzo por que no se acabara ese día, nos propusimos a jugar lotería y otros juegos, hasta que el sueño nos venció. Un sueño tan profundo, que una tercera parte de este horrendo movimiento telúrico, me la pasé dormido, hasta que como queriendo despertar de una macabra pesadilla, oía a lo lejos un sin fin de gritos, sollozos, lamentos, como si estuviera a la puerta del verdadero infierno.  El corazón me palpitaba del puro susto, más cuando la pared donde había engalanado el famoso diploma, cayó sobre la cama de mis hermanas y los pedazos de vidrio sirvieron para rasgar la planta de los pies de todos los que quisieron salir corriendo, sin saber a donde, pero lo cierto es que todo mundo corría como queriendo expresar su dolor, angustia, terror o mucho miedo, tanto que pude oír y sentir el miedo de todos y eso verdaderamente es infernal.
Todo mundo no pudo seguir durmiendo, los automóviles se abarrotaron de muchos niños, los vecinos se empezaron a preparar café, como verdaderos guatemaltecos, las señoras como siempre se reunieron en cualquiera de las esquinas para el respectivo comentario. La oscuridad seguía, ya que el fluido de la luz eléctrica había sido cortado para evitar incendios, las sirenas de ambulancias no dejaban de sonar, el movimiento de la tierra continuaba en menor grado, pero ahí estaba el problema, se oía a lo lejos el caer de muros y paredes, surgiendo de súbito otra ola de gritos y pavor.  Me sentía como partícipe de una producción de pésimo terror, era un miedo indecible, amargo y muy oscuro y demasiado tétrico, pero contaba con el respaldo de mi familia y eso bastaba.
Con los primeros rayos del sol, la oscuridad pasó, pero surgió el miedo y asombro de todo mundo a plena luz del día, cuando todos supimos de las verdaderas desgracias provocadas en todo nuestro país.  Los escombros estaban prácticamente en todos lados, la gente se quedó sin techo, empezamos a vivir en tiendas de campaña, armadas con sabanas, cobijas, plásticos y todo lo que sirviera para protegerse de la intemperie.  Los Medios de Comunicación cumplieron la horrible labor de informar a la población de los primeros muertos de decenas de miles que iban a sumarse en los días siguientes, además de los heridos y desaparecidos. El dolor iba creciendo y era incontenible. 
Me di cuenta de la realidad de mi amado país, no estaba preparado, ni tenía ninguna forma de preparación para este tipo de desastre, ni para otros. Me di cuenta que no éramos ricos, ni pobres, simplemente todos nos quedamos sin nada, no había agua, ya que los sistemas subterráneos de tuberías habían colapsado y era imposible obtener ese vital liquido, por lo menos del servicio público. Los alimentos empezaron a escasear y las medicinas casi estaban inexistentes.  Las victimas, según me acuerdo, llegaban a veinticinco mil y continuaban creciendo, no sabía que hacer, hasta las patojas que me gustaban, andaban igual que yo, con el cuello sucio de tanta tierra de tanto escombro.
Sentí la incondicional ayuda de los países que me hicieron comprender el titulo de hermanos, hoy lo recuerdo como la miel en el  paladar seco y amargo, esta experiencia de la Capital, fue una insignificante muestra de lo que ocurrió en el interior del país, donde hubo muchas victimas y muertes de inocentes, por no poder contar con una visión de desarrollo para los pueblos, reconocer ante el mundo que no éramos más que un país sencillo en vías de desarrollo, donde otros tristemente nos titulan como tercermundistas.
Hoy somos treinta años más fuertes, más hermanos, donde un terremoto nos sacudió la conciencia de que estábamos en un proceso muy difícil y que era nuestro crisol, mientras no pudiéramos consolidarnos como verdaderos hermanos de identidad.
Han pasado muchas otras cosas, pero ese temblor de recuerdos y sentimientos, donde el más duro y orgulloso de sí mismo, tuvo que ir hacer cola para un plato de comida, en los grandes furgones que traía la organización mexicana Conasupo, no se puede olvidar tan fríamente tanto elemento que vino a edificar y fortalecer el animo de mi país, hoy después de treinta años, doy gracias a Dios de haber sido parte de ese crisol y ser parte de un país que con su desgracia, hizo temblar los corazones dadores de mucha gente que abandonó cualquier cosa y se desprendió de sus posesiones por ayudar al semejante.  Recordar es verdaderamente volver a vivir, lo cruel sería olvidar.

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