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sábado, 2 de noviembre de 2013

El predicador de la camioneta

El predicador de la camioneta
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Escrito por administrador dos   
Sábado, 11 de Abril de 2009 13:15
 
 












La oscuridad de la noche aún se siente, cuando este hombre entrado en años, ora y se prepara para alumbrar con la Palabra de Dios, a los que todavía están cegados por la brillante luz del nuevo día.



Por Antonio Moran del Cid

 Luego de acicalarse, se peina el cabello escaso, de color gris aperlado, viéndose su imagen con la culpa de haber perdido muchos años en el vicio y la parranda, se viste con la ropa de hace muchas modas, al igual que sus zapatos, teniendo el cuidado de verse y sentirse limpio, agarra fuertemente  una maleta también envejecida, la llena de muchos tratados y tras unos cuantos sorbos de café, se encamina a su único objetivo, la calle transitada, que por accidente se fue convirtiendo en la estación de partida de la Ruta 63, arruinando de tajo, la tranquilidad de todo el vecindario, que de pronto se vio con las paredes color de negro de la terrible contaminación vehicular.

Antes de llegar, respira profundamente y se dirige al tumulto que está también iniciando el trajinar, entre tropezones y aventones, logran subirse al bus que ya va en movimiento, haciendo un colorido desfile de todos los que van en las puertas como banderolas al aire y mochilas colgantes.  El Predicador, escudándose en las sucias paredes, espera un bus que se estaciona y sube mientras la gente apresurada se acomoda en los desvencijados asientos de este enorme vehículo que ya tiene mucho tiempo de estar despotricando juntamente con el conductor, que ya se acostumbró a ver a sus semejantes como una carga por llevar.
El Predicador espera, que ya la mayoría de asientos estén llenos y comienza su mensaje inesperado, para la gente que ya se encuentra ansiosa por llegar a su lugar de trabajo, pues para ese momento, ya van tarde, aunque hayan empezado su día en forma apresurada.
Se para frente a todos, que de pronto enmudecen por un momento y su plática empieza a tomar velocidad juntamente con el sonido, hasta convertirse en un ruido y mar de voces, donde nada se entiende, pero a él no le importa y sabe que no tiene más que tres minutos para ofrecer la opción de la Salvación Eterna, que en ese momento existencial, a muchos les respira cierta indiferencia, que lo que menos quieren es escuchar una nota a destiempo del afán que están persiguiendo, aunque unos cuantos todavía pasan empujándolo, pero sigue sin importarle y dice:
“¡Buenos Días! ¿Cómo están? Quiero decirles que Dios es Bueno, si Dios es Bueno y maravilloso y se preguntarán ¿Por qué?  Yo se los voy a decir, resulta que yo dejé veinte años de mi vida, por andar en haciendo todo lo malo que se puedan imaginar, allá me tenía el diablo, en la Cantina Ticu-tuticu, ahí me la pasaba probando esos orines de Satanás, desperdiciando mi vida y mi fortuna, hasta que un día, cuando me vi envuelto en la triste realidad de que ya mis amigos de esas tragedias habían muerto, no tenía amigos, ni familiares, ni nada de nada de la nada.

Mi vida había de pronto dejado de transcurrir y yo me encontraba enfermo, nadie daba un bendito centavo por mí, solo Dios y yo y a veces solo Dios, pues yo ya ni conmigo mismo podía estar, yo sentía que ya no me alumbraba el sol, lo perdí todo, hasta que me di cuenta, que lo único que no había perdido, era la vida y ahí fue, cuando vi la única oportunidad de poder hacer algo, deje ese oscuro lugar, que por mi estupidez, ya lo había transformado en hogar, con un nombre que empezó como una broma, cuando mis amigos de vicio y de maldades me decían: ¿Vas a ir al Ticu vos? Ya hasta hablábamos de confianzas del que creíamos que era nuestro lugar, nuestro refugio, nuestra verdadera identidad, pero de puros bolos, donde muchos eran más responsables que en su propia casa, para la vergüenza mía, yo con la gran preocupación de pagar mi deuda de cantina, pues si no la pagaba, sentía que se me iba la vida, me quitarían el lugar donde todo mundo me comprendía y hasta se reían del peor de mis chistes, pero para sacarme unos tragos después y yo con mi cara de estúpido, hasta los llamaba hermanos y ellos a mí me decían papaíto, pues yo los oía y hasta los aconsejaba de que esta situación era de machos y no de muchos y los que no pudieran que regresaran a sus casas, pues eso hacían los del montón, solo servían para lidiar con las mujeres, pero dominar a una de estas, de la cantina, eso era de hombres.

Hoy veinte años después, veo mi vida pasar, donde he perdido todo, tanto que ni ustedes mismos se imaginan, que están en los mismos afanes en los que yo andaba, cuando creía que era señor de señores, pero con ese grado de conciencia, llegue a conocer al verdadero Señor de todos los señores que dicen tener dominios, dominios ¿De qué? Si ni yo mismo podía dominar el Guaro, ni las mujeres, a nadie, ni a mí mismo, pero eso si, me hubieran visto lo poderoso que me sentía cuando tenía un trago en la mano, ¡puchis¡ era todo un mandamás, sin darme cuenta, como todo totoreco, que todos los idiotas en ese lugar, nos sentíamos iguales y lo más chistoso, es que no podíamos mandar a nadie, más bien nos echaban de la cantina, cuando ya era la hora de cerrar, unos se quedaban tirados, otros haciéndose los honrados y responsables, esperaban hasta las siete de la mañana a la par de la puerta, para ser los primeros en entrar, siendo fieles, echándose el primer trago y todavía con la misma estupidez e ignorancia decíamos: “Hasta ver a Dios”.
Ahora quisiera recuperar el tiempo, quisiera que todos me escucharan, pero tengo que luchar contra un montón que andan sintiéndose mandamases, lo peor aún, sin ser esclavos del guaro, pero si del egoísmo, la traición, las drogas, el hurto y los demás juegos sucios, donde el ser humano pretende escudarse o esconderse de tener que cumplir con el propósito de Dios.
Hoy que es lo que quiero demostrarles, absolutamente nada, solo quiero compartirles estos tratados que servirán para que tengan una mejor orientación, ¿Cuánto quiero? Solamente un Centavo, cinco len, ya que eso me ayudará a seguir comprando más material y continuar con esta tarea y que muchos me puedan escuchar, otros ya me han oído, pero me volvieron a escuchar, algún propósito tiene Dios, para que lo vuelvan a escuchar…

Su voz, empieza a decaer por la bulla y los gritos de los camioneteros y los ayudantes que haciendo gala de cualquier estilo de patanería empiezan a gritarle a la gente que se corra y que haga hasta una cuarta fila, con tal de que se atiborre el bus, hasta más no caber y puedan darle el grito de salida, aún con una maltratada para el inspector, que se fue quedando con el pasaje tardío y que sintió una satisfacción, poder poner aunque fuera un pié, en el pescante de la oxidada escalinata trasera.
El conductor de hordas, desenfrenos y caos de la ciudad, aún tiene el placer, cual vaquero, de encender un cigarro y poniendo un sufrido tema musical que desgarra las gargantas y el hígado, tras una ingrata traición.
El Predicador, seguramente ya estará en otro bus.

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